jueves, 4 de septiembre de 2008

Raúl Scalabrini Ortiz

“Desalojemos de nuestra inteligencia la idea de la facilidad.
No es tarea fácil la que hemos acometido.
Pero no es tarea ingrata.
Luchar por un alto fin es el goce mayor que se ofrece a la perspectiva del hombre. Luchar es, en cierta manera, sinónimo de vivir.
Se lucha con la gleba para extraer un puñado de trigo.
Se lucha con el mar para transportar de un extremo a otro del planeta mercaderías y ansiedades.
Se lucha con la pluma.
Se lucha con la espada.
El que no lucha, se estanca, como el agua.
El que se estanca se pudre.”
Raúl Scalabrini Ortiz




A finales del siglo XIX, la Argentina estaba ya convertida en semi colonia británica: los ferrocarriles ingleses, trazados en abanico hacia el puerto de Buenos Aires, sellaban la dependencia. Toros ingleses, frigoríficos anglo-yanquis, comercio de exportación e importación copado por el imperialismo, bancos y servicios públicos de propiedad extranjera, seguros y fletes para "su majestad" e incluso grandes casas de comercio, inglesas, en Buenos Aires, configuraban el panorama de ese vasallaje que la oligarquía pretendió disimular bajo el nombre ostentoso de "granero del mundo". La división internacional del trabajo se había impuesto entre la potencia industrializada y poderosa, por un lado y el país semicolonial, subyugado y succionado, por el otro. "Argentina, la granja; Inglaterra, el taller" habían dicho los hombres del imperio y ahora, ya estructurada la economía complementaria, de acuerdo con la oligarquía vacuna, crearon una superestructura cultural para colonizar ideológicamente a los argentinos. A falta de ejército de ocupación, el imperio ocupó las mentalidades nativas con libros europeos que impedían la formación de una auténtica conciencia nacional. Así, en ese país vasallo, la trama del coloniaje quedó oculta y los argentinos cantaron el himno y agitaron la bandera sin darse cuenta que vivían en una Argentina socialmente injusta, económicamente explotada y políticamente colonial.

Corría Febrero de 1898, y en Corrientes nacía Raúl Ángel Toribio Scalabrini Ortíz. Si la generación anterior (Palacios, Ugarte, Ingenieros) había sido triturada ideológicamente, su generación (Borges, Victoria Ocampo, María Rosa Oliver) doblaba la cerviz sin resistencia alguna y hablaba, reía y amaba en francés o en inglés. Sin embargo, tras el triunfo de los bolcheviques en los “diez días que estremecieron al mundo”, este joven se siente atraído por el marxismo y comienza así su militancia juvenil en "Insurrexit", espacio que le permite descubrir la importancia de los factores económicos y sociales en el desarrollo histórico. A esto se le sumaría su permanente deambular por el país (por razones de trabajo viaja a La Pampa, Entre Ríos y Catamarca) lo que lo salvará de encerrarse en una visión porteña y al mismo tiempo, le enseñarán cómo viven y cómo sueñan sus compatriotas. Es en estos viajes al interior de su Argentina donde descubrirá como son humillados y privados de todo, como son sometidos y explotados los trabajadores.

En octubre de 1929, se desencadena la crisis económica mundial. El capitalismo hace agua por todos lados y millones de hombres son arrojados a la desocupación y al hambre. Los países desarrollados, envueltos en la crisis, amenguan sus efectos, descargándola sobre los países productores de materia prima. En la Argentina se desmorona "el granero del mundo": caen los precios de las exportaciones y baja el peso. Desocupación, hambre, tuberculosis, delincuencia y suicidios señalan el inicio de la Década Infame. Entonces el verdadero rostro del país vasallo se asoma a los ojos del pensador nacional que sepa verlo. Y mientras el resto de la inteligencia argentina juguetea con metáforas exquisitas, Raúl Scalabrini Ortiz emprende la tarea de demostrar la verdadera realidad nacional. Por medio de un volante, se entera que la mayoría de los integrantes del gabinete del general Uriburu, son directores de empresas extranjeras que sojuzgan al país, lo cual lo incita a seguir luchando. Escribirá por aquellos años El Hombre que Está Sólo y Espera “Yo realzaba en el libro las virtudes de la muchedumbre criolla y mostraba que su valoración no debía emprenderse de acuerdo a las reglas y cánones europeos, sentaba la premisa de que nuestra política no es más que la lucha entre el espíritu de la tierra, amplio, generoso, henchido, de aspiraciones aún inconcretas y el capital extranjero que intenta constantemente someterla y sojuzgarla”.

En 1933, como consecuencia de su participación en la Revolución Radical de Paso de los Libres, Scalabrini es desterrado y exiliado a Europa. Él había participado escribiendo notas y proclamas. "Somos esclavos de los ingleses", se repite una y otra vez Scalabrini, al mismo tiempo que, Inglaterra lleva a cabo el reajuste de los mecanismos de dependencia y expoliación y eso permite que salgan a la luz nuevas y definitivas pruebas. A veces, se trata de simples confesiones como cuando el vicepresidente Roca afirma en Londres que "la Argentina es desde el punto de vista económico, parte del Imperio Británico" o cuando el representante argentino Sir William Leguizamón sostiene que nuestro país "es la joya más preciada en la corona de Su Majestad Británica". Otras veces, la desvergüenza de los tratados subleva el espíritu nacional de Scalabrini Ortiz. Desde Alemania, en 1934, escribe a La Gaceta de Buenos Aires, sus primeros artículos en los que aborda en profundidad el problema clave de todo país semi colonial: la cuestión nacional. Poco después, en 1935, ya de regreso del exilio se lanza decididamente a la lucha contra el imperialismo. Desde el periódico "Señales" y con Arturo Jauretche desde FORJA (Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina) condenará uno a uno todos los decretos de la entrega. A través de la conferencia, el libro y los artículos periodísticos, no cesará un instante, desde entonces, en denunciar la estafa imperialista y convocar a la Revolución Nacional.
En el `39 hará realidad su sueño de su propia publicación; aparece el primer número de Reconquista donde colaboran sus compañeros Jauretche, Homero Manzi, Arturo García Mellid, Gabriel del Mazo, Luis Dellapiane, entre otros. Allí publicará notas sobre Historia Política como la Historia del Primer Empréstito y La Historia de los Ferrocarriles. Pero no tendrá mucho futuro y al cumplir con su aparición número 41, se despide de los lectores afirmando que “Hemos pasado como una ráfaga de aire incontaminado en el irrespirable ámbito de intereses creados en nuestro periodismo”.

El imperialismo ha impuesto "El Estatuto Legal del Coloniaje" y sólo un reducido número de argentinos denuncia día a día las tropelías en perjuicio del pueblo argentino. A través de las conferencias y los cuadernos de FORJA, Scalabrini se convierte en el gran fiscal de la entrega. Pero por sobre todos estos negociados, él apunta decididamente a la clave del sistema colonial: el ferrocarril. Esos rieles tendidos por el capital extranjero son "una inmensa tela de araña metálica donde está aprisionada la República". Es a través del ferrocarril que nuestra economía se organiza colonialmente para entregar riqueza barata en el puerto de Buenos Aires a los barcos ingleses y es a través del ferrocarril, con sus tarifas parabólicas, que el imperialismo destruye todo intento industrial en el interior, asegurando así la colocación de la cara mercadería importada.
Scalabrini va paso a paso va desnudando la verdad: que los ingleses trajeron capitales ínfimos, que aguaron esos capitales a través de revaluaciones contables dirigidas a inflar los beneficios, concedidos como porcentajes fijos sobre el capital, que quebraron todo intento de comunicación interna que no fuese a dar a Buenos Aires, que subieron y bajaron las tarifas, según sus conveniencias, para boicotear a las industrias nacionales que compitiesen con la mercadería traída de Londres, que obtuvieron miles de hectáreas de regalo junto a las vías, que no cumplieron función de fomento alguna en las provincias pobres, que hundieron unos pueblos y levantaron otros torciendo el trazado de las líneas según sus intereses y los de sus socios: los oligarcas. Allí reside, sostiene Scalabrini, el verdadero cáncer de nuestra soberanía y en torno a él han crecido las restantes enfermedades que han terminado por hundirnos: la moneda y el crédito manejado por la banca extranjera, el estancamiento industrial, la no explotación de la riqueza minera, ni de la hidroelectricidad, la subordinación a barcos, tranvías y restantes servicios públicos extranjeros, la expoliación de los empréstitos a través del interés compuesto. "Somos una Argentina colonial, queremos ser una Argentina libre", reclaman Scalabrini, Jauretche y sus muchachos de FORJA.
Su pensamiento comienza a influir en muchos y muy diversos ámbitos. Esto se ve reflejado cuando el Grupo de Oficiales Unidos da el golpe de estado el 4 de junio de1943, y alguien recordará que uno de los libros que esos militares consideran texto obligado para su formación política es "La Historia de los Ferrocarriles" de Scalabrini Ortiz. Poco tiempo después conocerá personalmente a Juan Domingo Perón, a quien ya le sugiere la nacionalización de los ferrocarriles. El 17 de octubre de 1945, Scalabrini Ortiz forma parte de la multitud que irrumpe en nuestra historia para iniciar una Argentina Nueva. Ese día, se convence de que esos hombres, a los que llama "esos de nadie y sin nada", son los que conducirán al país hacia su nuevo destino: "Un pujante palpitar sacudía la entrada de la cuidad. Un hábito áspero crecía en densas vaharadas, mientras las multitudes continuaban llegando. Venían de las usinas de Puerto Nuevo, de los talleres de Chacarita y Villa Crespo, de las manufacturas y acerías del Riachuelo, de las hilanderías de Barracas. Brotaban de los pantanos de Gerli y Avellaneda o descendían de las Lomas de Zamora. Hermanados en un mismo grito y en la misma fe, iban el peón de campo de Cañuelas y el tornero de precisión, el fundidor, el mecánico de automóviles, la hilandera y el peón. Era el subsuelo de la patria sublevada. Era el cimiento básico de la Nación que asomaba por primera vez en su tosca desnudez original...aglutinados por una misma verdad que una sola palabra traducía: Perón...Eran los hombres que 'estaban solos y esperaban', que iniciaban sus tareas de reivindicación".
Pocos meses después, Perón derrota en las urnas a los viejos partidos representantes de una Argentina que moría irremediablemente. Scalabrini acompaña el proceso de la campaña electoral desde las columnas del diario "Política" y mantiene estrecho contacto con Perón, ya siendo éste presidente. Presenta entonces varios trabajos atinentes a la nacionalización de los ferrocarriles, pero no acepta cargos en el gobierno. Considera que su lugar está en el llano, opinando, fiscalizando, apoyando, pero, después de tantos años de oposición, no se considera un "hombre de construcción".

Había logrado descifrarnos, a nosotros, los Argentinos, desde un análisis sociocultural afirmando que “Nuestros glóbulos rojos hablan distintos idiomas y tienen huellas de tradiciones lejanas. Nuestra mayor tristeza proviene de no saber quiénes somos. Hablamos en castellano, actuamos en inglés, gustamos en francés, amamos en ruso, nos apasionamos en italiano… Vivíamos de prestado abrumados por los preceptos de estética y ética ajenas. Recién hemos dado en saber que la primavera llega en septiembre y no en abril…”.
Durante más de veinte años, bregó por conocer y dar a conocer la realidad nacional. En el camino publicó Petróleo e Imperialismo e Historia del Ferrocarril Central Córdoba en los cuadernos de F.O.R.J.A.; Política Británica en el Río de la Plata; Historia de los Ferrocarriles Argentinos; Tierra sin nada, Tierra de Profetas; Yrigoyen y Perón en editorial Reconquista… y otros libros y folletos en distintos centros universitarios. Dirigió El Líder y El Profeta tras la caída de Perón y la revista Que desde 1956 hasta 1958.
Tras una larga e incurable enfermedad, Raúl Scalabrini Ortíz decide esperar la muerte en una biblioteca, donde la madrugada del 30 de mayo de 1959 llega. Pasa entonces a formar parte de la larga lista de pensadores, ideólogos, luchadores y fundadores que hicieron posible la izquierda nacional. Su vida y obra puesta al servicio del Pueblo, al servicio de la causa nacional, que fue y sigue siendo la liberación económica, política, social y cultural. Ante la partida de su compañero y amigo, Jauretche dirá “…ya está en la historia del país, una historia secreta casi, pero que significará mucho más que las paparruchadas de la Asociación de Mayo, con el transcurso del tiempo”. Y esta es nuestra tarea, descubrirlo, develarlo, sacarlo a la luz para que nos enseñe a pensar la Patria.

Emiliano Zapata

“Emiliano Zapata, Tierra y Libertad”

“Al pueblo de México, a los pueblos y gobiernos del mundo.
Hermanos, nosotros nacimos de la noche, en ella vivimos y moriremos en ella.
Pero la luz será mañana para los mas, para todos aquellos que hoy lloran la noche, para quienes se niega el día, para todos la luz, para todos...todo.
Nuestra lucha es por hacernos escuchar y el mal gobierno dirige con soberbia y tapa con cañones sus oídos.
Nuestra lucha es por un trabajo justo y digno y el mal gobierno compra y vende cuerpos y vergüenzas.
Nuestra lucha es por la vida y el mal gobierno oferta muerte como futuro.
Nuestra lucha es por la justicia y el mal gobierno se llena de criminales y asesinos.
Nuestra lucha es por la paz y el mal gobierno anuncia guerra y destrucción.
Techo, tierra, trabajo, pan, salud, educación, independencia, democracia, libertad.
Estas fueron nuestras demandas, estas son hoy nuestras exigencias.”
El General en Jefe del Ejercito Libertador del Sur, Emiliano Zapata


Al clamor de “¡Tierra, Justicia y Ley!”, Emiliano Zapata instaba a los campesinos de México a luchar por una más justa distribución de las tierras. El 25 de noviembre de 1911 proclamaba el Plan de Ayala en donde quedaban plasmadas estas exigencias junto con la emancipación de los indígenas, la eliminación del latifundio, el desconocimiento de Francisco Madero como presidente de México, como así también la utilización de la lucha armada como único medio para obtener respuesta a sus reclamos.
Emiliano Zapata nace en 1880 en San Miguel de Anenecuilco, en México. Hijo de una familia de granjeros y con muy poca formación, se vincula a la cuestión campesina desde joven, participando en diversos movimientos y rebeliones agrarias.
En marzo de 1911 se une al movimiento guerrillero de Madero, reforzando el Plan de San Luis Potosí que proponía una insurrección contra el dictador Porfirio Díaz y una resolución al problema de la tierra. Tras su caída comienzan a aparecer las diferencias entre Zapata, quien reclamaba el inmediato reparto de las tierras de las haciendas entre los campesinos, y Madero que por su parte exigía el desarme de las guerrillas. Zapata acepta el desarme de sus tropas con la esperanza de que la presidencia de Madero abriera las puertas a la reforma.
Tras el incumplimiento de sus expectativas, Zapata y sus hombres elaboran el Plan de Ayala y enfrentan a Madero. La insurrección campesina se desata, pero pronto es reprimida, son quemadas las aldeas y asesinados numerosos campesinos en manos del Ejercito Federal al mando de Prudencio Robles y Victoriano Huerta. Madero es destituido y posteriormente asesinado, en su lugar se autoproclama presidente Huerta contando con el respaldo de los Estados Unidos.

Emiliano Zapata y sus sombreros, en 1914 (Archivos Bettmann)


Desde el sur de México, en particular desde la ciudad de Morelos, Zapata encabeza el ejército revolucionario, continuando con la lucha armada. Su poder en esa región le permite introducir numerosas reformas como la liquidación del latifundismo y la repartición de tierras; confiscaron los ingenios y una gran empresa papelera y los pusieron a trabajar en beneficio de la población; fundaron un banco agrícola; abrieron numerosas escuelas primarias y para adultos y reorganizaron la vida política de los municipios.
Con la asunción de Venustiano Carranza a la presidencia, el conflicto se mantenía. Los zapatistas repudiaron el asesinato de Madero en manos de Huerta. En noviembre de 1914 se realiza la Convención de Aguascalientes en donde se reúnen los tres grupos que encabezaban la revolución: los seguidores de Carranza, de tendencia moderada y los de Zapata (del sur) y Francisco Villa (del norte), de tendencia revolucionaria. En ese momento se acordó la destitución de Carranza del cargo de presidente y se nombró a Eulalio Gutiérrez como presidente provisional. A finales de noviembre, la poderosa División del Norte y el Ejército Libertador del Sur entraron en la ciudad de México, conformando entre ambos ejércitos el movimiento zapatista.
Si bien el programa planteado por el zapatismo no triunfó, sí lo hizo parcialmente con el derrocamiento del Porfirio Díaz. No obstante sirvió para plantar las banderas que mas tarde alzarán cientos de movimientos y organizaciones indígenas y campesinas, por toda Latinoamérica. La necesidad de recuperar la tierra como un bien social tanto para la economía como para la propia subsistencia de los pueblos, es una discusión que aun mantiene su vigencia ante el avance de los grandes latifundios y monopolios agrícolas. En la actualidad las ideas del zapatismo fueron recuperadas por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional, encabezado por el Subcomandante Marcos, quienes desde la selva mexicana del sur reivindican los postulados del Plan de Ayala, los derechos de los pueblos indígenas y la construcción de un país más justo e igualitario.
Emiliano Zapata fue asesinado en una emboscada en el año 1919 ordenada por Venustiano Carranza quién los mandó a matar. Zapata sostenía que “es mejor morir de pié que vivir toda una vida arrodillado” y así lo hizo.